III. Método de investigación
Antes de acometer de lleno nuestra tarea, señalemos las dificultades y escollos con que tropezamos para exponer, con toda fidelidad, el pensamiento filosófico zapoteca. Por ejemplo: la carencia de documentos o testimonios históricos que aludan directa y expresamente el asunto. La razón es obvia, pues la transmisión oral o escrita de los conceptos filosófico-religiosos se interrumpió brúscamente por efecto de la Conquista. La voz de los sacerdotes y doctores zapotecas calló para siempre al cumplirse la profecía de Colaní, el Oráculo.
Sin embargo, por algunos conceptos que todavía flotan en el ambiente y por otros consignados al azar en los escritos de los evangelizadores, podemos guiarnos, con riesgo aún de equivocarnos, en esta difícil tarea; pero de algún modo debemos empezar, aunque sea abriendo una pequeña brecha con tal que nos oriente hacia nuestra meta anhelada: desentrañar el misterio del pensamiento zapoteca.
Es decir, el medio más idóneo y más a la mano para nuestro propósito es el conocimiento del idioma.
“Tal palabra, tal índole” dice un aforismo. Es decir, la palabra revela o delata la índole del que la profiere, individuo, pueblo o comunidad; sobretodo, en lo que toca a su mentalidad, esto es, a su pensar, sentir u obrar.
La lengua de cada pueblo es la expresión más acabada de su mentalidad. El sentido de cualquier lengua, su forma, su estructura, ritmo, modulación, etc., obedecen necesariamente a la índole de un determinado espíritu, éthos, carácter o manera de ser. Por el sentido, forma, estructura, ritmo o modulación de la lengua, conoceremos: se trata de un pueblo bárbaro o civilizado, culto o ignorante, grosero o sutil; si se trata de hombres que reptan, que se arrastran por la tierra, que padecen ceguera de las ideas: para quienes sólo existe lo que palpan o tocan; o de hombres que se remontan a las alturas con las alas del pensamiento, al cielo donde cintilan y refulgen eternamente los dechados y arquetipos y paradigmas de todo cuanto existe.
Si a su paso no dejan huella alguna, es que son de barro, frágiles y deleznables como el material de que están fabricados y en cuyo fondo no encontraremos más que el vacío de la esterilidad o embotamiento. Si, por el contrario, su voz, no solamente trasciende en la Historia, sino que, por la fuerza misma de su impacto, repercute en la eternidad, entonces esos hombres no son de pura y simple arcilla, sino que, en la olla o cántaro de su cuerpo, guardan celosos el vino añejo y embriagador del espíritu.
Siguiendo la pauta que marca el idioma zapoteca, intentaremos encontrar su sentido y por ahí, adelantándonos un poco al tiempo, arrebatar ciertos fulgores de la sabiduría que, en su pasada grandeza, gozaron los vinnigulaza y que, grabada hasta ahora en las piedras, quizás algún día la ciencia llegue, de viva voz, a reproducir. Al decir ciertos fulgores de la sabiduría, nos referimos en especial al saber filosófico, pues la sabiduría (guendanaciñña) es cierta perspicacia, cierta virtud, ya para discernir por sus causas el sentido de las cosas (saber científico) ya para ver y prever por el anuncio de ciertos signos, el curso de los acontecimientos; signos que se perciben por la tierra, el agua, el aire y el fuego, por las estrella, por los sueños, por los rostros, por el vuelo o canto de las aves, etc. (saber mágico).
Aquí nos interesa únicamente el saber científico en su más alto grado de expresión o sea la filosofía.