I. Introducción
Una nueva unidad política y cultural se vislumbró desde que Cortés y la Malinche se unieron; se aparearon las razas y México surgió fuerte y pujante a tal punto que todavía asido del pecho de su madre india se constituyó en nación independiente.
Luego si queremos hablar de esa nueva unidad política y cultural que es nuestro México, debemos tomar en cuenta, para su expresión auténtica y cabal, tanto lo europeo como lo indígena. De otro modo pecaríamos de parcialidad, como acontece, v. gr., con muchos que resaltan demasiado y hasta con pasión uno de esos aspectos con exclusión del otro; tratando de una parte de europeizar a México en vez de mexicanizar lo europeo, y de otra, de despreciar lo indígena, como si lo indígena ya hubiera dado de sí y no tuviese ya nada positivo que aportar en la formación de la nueva cultura, siendo que lo indígena constituye, no digamos un filón o una veta, sino verdaderamente una mina rica en tesoros y reliquias invaluables, que debemos explotar en beneficio de nuestra patria.
México necesita “cuajar” valga la expresión, para poder ajustarse digna y auténticamente al concierto universal. Y esto jamás lo logrará mientras no sepa integrarse, mientras no sepa armonizar todas sus potencias y apreciar todos sus valores.
El indio ha vivido postergado. La revolución siempre fracasó y ha fracasado cada vez que pugna por su emancipación. Porque la revolución no ha amado de verdad al indio: amar es comprender.
Penetrar en la conciencia del indio; he ahí la clave para el éxito completo de la Revolución.
El desconocimiento de este básico principio ha sido la causa de los desaciertos e ineficacias en las soluciones dadas al problema indígena. Se olvida que la sensibilidad del indio es vivísima y que su pensamiento se fija constantemente en la muerte como límite que le impide alcanzar su perfección. Preciso es, entonces, trascenderla, superarla, ¿cómo? por medio de la filosofía, por medio del arte, de la religión, etc. Su espíritu es de sabiduría, de creación y libertad. Gusta nó de la civilización sino de la cultura. Aquella con su ciencia, técnica y economía, en vez de enaltecer su dignidad, la menoscaba. Porque la civilización no es para el cielo, sino para la tierra; no dice relación a la vida allende la muerte en la cual radica, para el indio, la verdadera felicidad. La muerte, dice, es el principio del descanso final. Subordinar sí la civilización a la cultura; mas no la cultura a la civilización.
Por consiguiente, si hay que dar alguna solución al problema indígena hay que hacerlo tomando en cuenta su pensamiento, tomando en cuenta su sentír respecto de la vida y la muerte y de acuerdo con esto, hacer la verdadera y real incorporación del mismo a la nación, es decir, facilitándole el camino, por decirlo así, para su participación activa en el mundo de los más altos valores, de modo que también él contribuya, con su genio, a la gestación de una patria más grande y más augusta; a la gestación, en una palabra, del México eterno.
Exhortamos a todos a la integración auténtica de México. Rastreemos las huellas de nuestros aborígenes, y descubramos aquellos tesoros que ocultaron ansiosamente en su desaparición cuando el fatídico presagio de Colaní (el Oráculo) estaba a punto de cumplirse; tesoros que pueden contribuir, sin duda alguna, al acrecentamiento del acervo cultural de México y, en particular, a dotar de nueva savia a su pensamiento filosófico.
No todo fue conquista de parte del europeo sobre el indio. También hubo conquista del indio sobre la “gente de razón”. La conquista, es la conquista de todos los pueblos para la integración de una raza cósmica, cuya cabeza será aquel pueblo que el amor honre señalándole, por justicia, para llevar a cuestas el verbo (logos) en su más acabada y perfecta reiteración.
México no es hijo de Europa; tampoco lo es de la América indígena. México no es la mera suma de razas. México es una nueva síntesis, una nueva unidad política y cultural, un nuevo pueblo, un nuevo tameme; pero con un nuevo verbo a cuestas, con un nuevo mensaje. ¿Cuál es ese verbo o mensaje? ¿No será la victoria sobre la muerte?
Es urgente que México transmita su mensaje.
Es indispensable descifrar el mensaje que llevamos a cuestas y hacernos escuchar; construir un huéhuetl o teponastle gigantesco, invulnerable, resistente al tiempo, tenso y vigoroso, con el parche bien restirado, de modo que al pulsarlo con las yemas de nuestros dedos, su retumbo salte ágil y se escuche no sólo en América, no sólo en el Viejo Mundo, sino que trascienda, repercuta y resuene, no digamos en la posteridad, sí que en la misma eternidad en una perpetua postulación de la vida.
El presente estudio pretende responder a este anhelo de integración cultural aportando datos que contribuyan, de alguna manera, a fijar su sentido.
Nuestro empeño es el de ofrecer, con nitidez y precisión, no tanto la materia o contenido del pensamiento zapoteca cuanto su forma y estructura. De ahí el título de “esquema” (scheema σχῆμα). Porque para entender todo el alcance del pensamiento zapoteca es necesario conocer no sólo su base de sustentación, sí que también el órgano que se emplea para a partir de esta base levantar todo el edificio científico.