Guelagueza

Gregorio López López

A la memoria de mis padres:
Toribio López Carrasco y
Paulina López Landeta.

GUELAGUEZA: vocablo cargado de significación, desbordante como joya o piedra iri­dis­cente que volviéndola por cualquiera de sus caras, aristas o ángulos, estalla en copiosos ful­go­res a cual más diversos emanando de una fuente preciosa, de un re­cón­dito “ojo de agua”: la virtud. Dignidad o propia estima, honor, gracia o dón gratuito, liberalidad, amor, caridad; ofreda, regalo, fiesta: todo esto y más encierra la palabra gueza o su abstracto; pero sobre todo y prístinamente: virtud.

Si algún valor pervive en la vida práctica de los zapotecas o vinnigulaza, ese valor es guelagueza: fuerza o virtud primaria de las cosas, reserva cósmica latente, alimento y pasto de toda creación, eso es guelagueza: ímpetu generoso que rescata a las almas de su abyección; acicate y fuerza fecunda…, acicate y fuerza fecunda que obra con discreción, sin aviso, sin previa citación; sino que en la fuga de las horas arrebata por sorpresa a los seres y, cambiando el curso de los vientos, los impele hacia su destino. Cediendo al misterioso impulso, todas las creaturas: el cielo, la tierra, los mares, los elementos, todos los seres que vuelan por los aires, todos los que viven en el abismo de los océanos, todos los que respiran y se mueven sobre la faz de la Tierra: las sierpes, los escarabajos, el cervatillo, el gato montés o el jabalí; todas sin excepción concurren presurosas cada una según su gracia o virtud a un concierto maravilloso de voces, a una sinfonía gloriosa y sublime que canta y eleva en lo más alto el grandioso himno sacro: Telayú (el Kyrie).

Guelagueza es virtud, gracias, honra de Dios. Es ofrenda de amor más bella. No conoce envidia, ni odio, ni mal alguno; sino injurias, desprecios y humillaciones o de la envidia, del odio o de cualquier otro mal. Es liberal: da, comunica desinteresadamente, sin ninguna pretensión: obra por gusto, por amor o desbordamiento, espontáneamente. La pretensión es del derecho, al menos la pretensión de exigir una cosa de otro cuando no se cumple con la obligación.

Guelagueza no sólo no exige, pero ni siquiera espera igual retribución. Sigue obrando el bien, no importa que a cambio reciba el mal. Sobrepuja a la ley y se cierne sobre el derecho. Es plenitud de gracia y, por tal virtud, fuerte y sufrida (nagueza, nayati-ruhuna) cual amantísima esposa que perdona y olvida y reprende con amor, con suaves reproches.

Si el espíritu zapoteca ha podido sobrevivir a pesar de las convulsiones políticas, a pesar de las conquistas y revoluciones, ha sido ante todo a causa de la fuerza ennoblecedora de guelagueza que no reurre a la fuerza como la ley o el derecho, sino que, con amor, conduce a las almas hacia la perfección. Su presencia habitual en la mente zapoteca es garantía de amor y comprensión, garantía de convivialidad y ayuda mutua de unos para con otros: en los pequeños o en los grandes acontecimientos, en el dolor como en la alegría, en el luto como en las fiestas, en la guerra igual que en la paz.

Guelagueza es temblor dulce (xunaxi) que sacude, estremece y hace vibrar las fibras más íntimas de nuestro ser. Prendados de su hermosura, los vinniguenda se mueven con el páthos ardiente y característico de los espíritus creadores; con el páthos fogozo de los valientes o con el dulce y amoroso de los que hacen el bien por el bien. Por ella el zapoteca se inspira y crea; por ella sufre y goza, por ella lucha y empeña la vida, por ella renace, vence y recupera su ritmo: el de los vinniguenda, éstos son los dechados y paradigmas, aquellos a cuyo conjuro todo se concierta.

Envuelta en su suavidad y calor a manera de rebozo, guenda la “gran parturienta de todas las cosas” (gola gozana guizaha-lu), acoge en su regazo a todo aquél que responde al dulce reclamo del amor: que convierte sin humillar, que salva sin dar cauce al resentimiento; sino que convirtiendo y salvando arrebata a los espíritus para su perpertua y justa glorificación. Pues así como, bajo su hechizo de ella (de la guelagueza), guenda concibió del amor y dio a luz a todas las cosas; así también, a su mágico conjuro, las atrae amorosamente hacia sí para hacerles partícipes de la eterna felicidad. GUENDA es el ser, y por tanto, el destino de todas las cosas. Y guelagueza su fuerza o virtud: precisamente el piciyetl aquél que los hombres profanaros en su orgía al aplicar mal el “número geométrico de la generación” que integra en un cierto algoritmo la función de cada ser, más allá de los límites correspondientes se pierde todo equilibrio y estabilidad. Y esto aconteció aquél día que los hombres se embriagaron y presos en el torbellino de frenética danza pisotearon lo que en ellos había de santo y sagrado.

Guelagueza ¡…nobleza, caridad, esperanza de las gentes de la tierra zapoteca…!

Tú, que acompañaste y templaste el espíritu de Cociyobi (último pontífice-rey) en su hora crítica y aciaga ¿quién iba a decir que, ocurrida la catástrofe, renacerías de tus cenizas como el ave Fénix, para volver a ser, como antaño, el dulce símbolo de amor, de con­vi­via­li­dad y ayuda mutua y generosa de la familia zapoteca?

Cupo en suerte, sin embargo, preverlo el malogrado sacerdote-rey en su agonía, cuando en el inminente desenlace, despojado de toda vanagloria, sus ojos matchitos y apagados fueron súbitamente iluminados de inefable dicha, a la par que, con temblorosos labios, musitaba su última y postrera plegaria al Creador.

Si algún valor pervive en la vida de los zapotecas, ese valor es guelagueza. No podían pe­re­cer como no podían perecer los vinnigulaza. Simplemente fueron llamados a un des­ti­no más alto: a la gestación gloriosa de México. Y para que también la guelagueza ad­quie­ra así carta de ciudadanía en la cultura universal.

Y de tal modo pervive que ha llegado a cristalizarse en actos públicos que son hoy ins­ti­tu­cio­nes de hondo arraigo, así las famosas Velas del Istmo de Tehuantepec con sus desfiles de carretas adornadas de flores y doncellas, o el Lunes del Cerro que se celebra con toda vistosidad en la Antequera: fiestas que son de ofrendas y regalos, de flores y frutas, de vinos y manjares; fiestas de música y canto, de danza, de luces, de juegos y alegría; fiestas de raíz sagrada y motivos sacros: de sahumerios o estoraque; fiestas de adoración, de honra o gratitud; fiestas que reafirman la convivialidad y estrechan los lazos de amistad y que constituyen páginas admirables de nuestro folklore autóctono en que lo pagano y cris­tiano se funden en una extraña mezcla. No se sabe aún si es la catolicidad dentro de la guelagueza, o la guelagueza dentro de la catolicidad. Lo cierto es que la gue­la­gue­za en­car­na en los actos individuales o sociales de los actuales zapotecas como si el espíritu de los vinniguenda flotase todavía en el ambiente y ejerciera su influjo benefactor.

Dicha, alegría, apoteósis del espíritu, es la vida del hombre en el ardor impetuoso de la guelagueza. Arrastrados por el incontenible vehemencia, los vinnigulaza danzan… ¿qué es ese dejo dulce, ese dejo triste de las anhelantes notas?… martirio sin nombre que in­de­le­ble­men­te marcó su estigma; mas no se afloja por esto el arrebato mágico de los danzantes: templando con fuerza su mente y espíritu, avivan más sus rítmicos pasos y describen con inigualable maestría sus hieráticas y misteriosas evoluciones…. Es que el fuego que los alimenta e inunda es más vivo que el que los consume y resquema: fuego encendido de numen indecible que al abrasarlos, ardientemente los impele por sendas de misterios y enigmas y generosamente los colma de sorpresas y de goces y de éxtasis.



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