EL POETA Y LA TRADICIÓN DE LA LENGUA

Víctor de la Cruz, poeta en dos lenguas, pertenece de todas maneras a la más pura tradición de la poesía zapoteca. Su voz es la continuidad de quienes en el Istmo han sostenido las palabras del canto y de las flores; tales han sido Pancho Nácar, Enrique Liekens, Andrés Henestrosa, Gabriel López Chiñas y Carlos Iribarren, así como los mantenedores de la literatura oral. Al mismo tiempo que es hereredero, también hereda a otro grupo de poetas más jóvenes, de tal manera que su intermediación es a la vez la transmisión y el transmisor.

Es compilador del más clásico libro en lengua zapoteca, La flor de la palabra, antología que eleva y encumbra esta lengua viva y captora de su propio mito. Los dos poemas aquí presentados aparecen también en ese volumen; uno sostiene la interrogación del origen y otro es el desasosiego amoroso; los dos en lengua zapoteca, luego traducida al español: Tu laanu, tu lanu —“¿Quiénes somos, cuál es nuestro nombre?”— y Dxi guyuubu’ naa —“Cuando con tus ojos busques”. El primero sostiene que el poeta interroga al universo y no encuentra respuestas. Pero también habla por la raza, por el origen de todos. Sostiene que en todo caso nos depara la orfandad del tiempo; es un estar sin tener: ser a fin de cuentas nadie, sin nombre. Cómo es que nosotros teniendo un origen y una cultura parece que no la tuviéramos; cómo es que Whitman hace Un canto a mí mismo en un país de dudosa herencia cultural. La alta sonoridad contenida proviene de viejos sonidos ocultos y reclamantes; Víctor, entre el y el no, hace elevar los ecos de caparazones y maderas que van más allá de esa oscuridad de la noche perenne.

En el otro, el poeta ve correr el tiempo, su lengua, su ser, como los viejos cuando miran atrás y sienten que todo se ha ido y dos lágrimas dejan caer. Los abuelos son así, y los poetas, como ellos, han sido testigos. Los zapotecos hablan y leen también el español, no son ajenos a él, a la comunicación con la lengua de la Conquista. Consciente de que el amor se diluye, el poeta habla a su amada y le dice que entre los ojos y el corazón todo puede perderse. No hay un porqué, simplemente el olvido se implanta porque así es. Los versos contienen pureza de voz, libertad expresiva, una luz que al lector le hace verse a sí mismo. El amor llega y se va porque no tiene control, como el olvido.

Víctor de la Cruz carga con la responsabilidad de continuar con esa tradición oral  de los viejos y la tradición escrita de las lenguas, cosa de orgullo, compromiso del poeta, amor a la lengua, continuidad.

          Manuel Matus

 

 

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